lunes, 23 de julio de 2012

"Tú y la vida"

Yo no quiero ser otra por inercia. Creo que la inercia mata más que fumar y que las modas enferman.
Quiero una vida sencilla y sé que se puede.

No me gustan la tele, la calle, las consolas, los relojes, el plástico, las luchas y rebeliones que siempre están ahí, sin avanzar, años y años, y siglos, y como si fueran de hoy mismo, como si descubrieran algo. Qué aburrimiento. Qué manera de atontar. Qué espiral sin fin.
Cuanta más historia leo más ganas de irme a vivir al monte me dan.

Son demasiadas frustraciones las que nos rodean. Las nuestras y las de los demás. Y pesan una barbaridad. No dejan que te muevas, sólo que te arrugues quieto como una piedra.

No quiero competir, sólo quiero vivir.
No quiero hacer daño. Ni que me lo hagan.

Llenarme de colores y sonidos todos los días.
Crecer sin estar pendiente de lo que crece el de al lado.
Me gustaría no ver tan a menudo la muerte como un descanso.

Me gusta coser, reciclar, reutilizar, aprovechar. Porque siento que la basura come.
Necesito enseñar y ayudar.
Me ponen nerviosa las poses, las posturitas, la gente que te mira, que te juzga, que te señala, que te etiqueta.
No entiendo que la gente joven no se dé cuenta de que ya está todo inventado. El mundo avanzaría bastante más si aprendieran de los que llevan aquí más tiempo. Sin duda.
No me gustan los animales "humanizados" en casas, la dependencia, las costumbres, los asilos, los circos, el abuso. No le veo la gracia a reírse de nadie.
Me gusta hacer fotos a la ropa tendida y perder el tiempo sonriendo. Ah, y escribir. Suelo sonreír cuando termino.

Como no entiendo nada me gustaría no tener que explicarme, si es posible.

En esta tarada cotidianidad que hace que lo que digo suene cursi de puro simple me acuerdo de un recorte de periódico que me regaló mi madre hace tiempo y que las mudanzas extraviaron. Me sentí extrañamente reflejada cuando lo leí. Muy desnuda, incómoda. Sentí como si te enseñaran un futuro que no puedes aceptar aún. Como si te contaran de más. Ahora con el mundo cada vez más negro, más sucio, más artificial y absurdo... lo que me transmite es paz, posibilidad, tranquilidad y alternativas.
Se llama María, pero se puede llamar Carolina, Pedro, Lucía, Manuel, Ana, Iván... 
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"María y la vida"

Acabo de reencontrarme con una buena amiga de juventud a la que hacía 30 años que no veía y de la que no sabía nada. Vive sola con dos perros en una urbanización modesta y remota junto a un pueblo perdido de Toledo, sin coche, sin Internet, con una nevera roída por el óxido que parece chatarra pero que enfría bien, cultivando sus propias verduras en un huerto minúsculo, viviendo en el más desnudo filo de una economía de subsistencia.
La última vez la vi en la estación de Atocha, ataviada con un mono fabril color butano y tomando un tren camino de la India. Ahora me he enterado de que ha vivido muchos años en Goa y en el Himalaya, y en Italia y en Madrid y de nuevo en la India. Ha atravesado a pie Afganistán, ha desempeñado diversos trabajos, ha dado clases ella misma a sus dos hijos, que no fueron nunca escolarizados. El mayor decidió ser físico, y a los 15 años se examinó en un instituto madrileño para incorporarse directamente al Bachillerato. Sacó los mejores resultados en décadas. Ha hecho la carrera con notas espectaculares y ahora está terminando el doctorado. Se diría que mi amiga les supo educar. También en el cariño: sus dos hijos y sus dos nietos la visitan mucho.
Se ha pasado los últimos nueve años cuidando, ella sola, a su compañero, paralítico y enfermo. Él murió hace un mes. Llevaban juntos 33 años. Pintaba y escribía, como mi amiga. La casa está llena de cuadros de los dos, impresionantes cuadros simbolistas de intrincado detalle. Esta casa de austeridad espectral que es la antítesis de nuestra sociedad del desperdicio. De la misma manera que mi amiga, con su vida excéntrica de cometa libérrimo, es la antítesis de lo artificial, de lo convencional y lo superfluo. Hay una especie de sencilla pureza en ella, una autenticidad que corta como una cuchilla. Sí, hay otras maneras de vivir. Se llama María.

Rosa Montero, El País, 17 de marzo del 2009.
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Creo que voy a empezar a mirar pueblos abandonados, por ir adelantando... o directamente el monasterio, no sé, no sé ;)